Da igual la edad que tengas, de qué sexo seas o la latitud donde vivas. Es llegar el verano y dispararse las hormonas al ver en las playas esos cuerpazos de hombres y mujeres que Dios los bendijo con unos cuerpos esculturales, unas caras angelicales y un cerebro con una neurona más que un caballo, lo justo para no cagarte en un desfile.
Y es que uno, cuando ve eso, se pone más caliente que un pelotazo en la oreja, que la matrícula de un cohete o el transformador de la Atari.
Claro, después te ves tú y te preguntas dónde irías con un chico o una chica así con el cuerpo-escombro que la Naturaleza te ha dado, que con este calor te cuelgan los huevos hasta la rodilla y el pito se pega a los muslos como el slime.
Quieres disimular y no mirarlo pero estás mas caliente que la zarza el monte Sinaí. Y sueltas con despecho: "Tan guapo y seguro que no sabe ni hablar" siguiendo aquello de "quien desprecia comprar quiere". ¡Como si lo quisieras para hablar sobre la teoría cuántica de campos!
Las hormonas empiezan a hervir y sientes la necesidad de echarte al agua para enfriar esa sensación de estar más caliente que las placas tectónicas. Te echas al mar, das dos brazadas e intentas salir del agua como Ursula Andress en la película de "007 contra el doctor No" pero solo consigues salir lleno de algas enroscadas en el pito y el cuello mientras una ola te sacude un hostiazo que besas todas las pechinas de la orilla.
Mojado, lleno de arena, cubierto de algas y con más calor que en una Romeria en Kenia, te echas bocabajo sobre la toalla maldiciendo el día que naciste y el día que nacía ese chico o esa chica que te pone más salido que el tampón de una coja o el pecho de un enano. Pero...qué bello es mirar esas esculturas vivientes que se las pasan por el arco cualquier otro que no seas tú.
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